ISSN 2007-7343
Facultad de Psicología
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo
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UARICHA 2025, 23(44), 13-29
Recibido: 15 de septiembre de 2024. Aceptado: 14 de febrero de 2025. Correspondencia: Ana Karen Martínez Melchor. Universidad de
Colima. Avenida Universidad 333, El Porvenir II, 28040 Colima, Colima, México. Correo electrónico:akj.martinez@gmail.com
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Sexualidad a Través del Tiempo: Influencias Multidisciplinarias y
Desafíos de la Psicología Actual
Sexuality Through Time: Multidisciplinary Influences and Challenges of Current
Psychology
Ana Karen Jazmín Martínez Melchor1 ORCID: https://orcid.org/0000-0002-0008-6241
J. Isaac Uribe Alvarado1 ORCID: https://orcid.org/0000-0003-0372-8067
Fredi Everardo Correa Romero2 ORCID: https://orcid.org/0000-0002-5856-7232
Christian Israel Huerta Solano3 ORCID: https://orcid.org/0000-0003-0273-1643
Alexandra Valadez Jiménez3 ORCID: https://orcid.org/0000-0001-8555-3146
1Universidad de Colima, 2Universidad de Guanajuato, 3Universidad de Guadalajara
Resumen
El estudio científico de la sexualidad ha pasado por
varias perspectivas y disciplinas a lo largo de la
historia, y aunque muchas han contribuido a su
comprensión, muchas otras han fragmentado el
conocimiento y el entendimiento de la vivencia
sexual. Este trabajo analiza cómo la antropología,
la sociología, la medicina, el área legal y la
psicología, han influido en la construcción social de
la sexualidad, a menudo perpetuando un modelo
heteronormativo y reproductivo. Se destacan los
retos que enfrenta la psicología como ciencia, la
cual tradicionalmente ha centrado su atención en
conductas sexuales problemáticas y ha marginado
el estudio del deseo, el erotismo y el placer
femenino. El trabajo concluye enfatizando la
necesidad de incorporar la perspectiva erótica y de
género en la investigación y práctica psicológica,
abogando por un enfoque más integral y
respetuoso de la diversidad sexual.
Palabras clave: sexualidad, psicología, perspectiva
de género, desafíos.
Abstract
The scientific study of sexuality has gone through
several perspectives and disciplines throughout
history, and although many have contributed to its
understanding, many others have fragmented the
knowledge and understanding of sexual
experience. This paper analyzes how anthropology,
sociology, medicine, law, and psychology have
influenced the social construction of sexuality,
often perpetuating a heteronormative and
reproductive model. It highlights the challenges
faced by psychology as a science, which has
traditionally focused its attention on problematic
sexual behaviors and has marginalized the study of
female desire, eroticism and pleasure. The paper
concludes by emphasizing the need to incorporate
the erotic and gender perspective in psychological
research and practice, advocating a more
comprehensive and respectful approach to sexual
diversity.
Keywords: sexuality, psychology, gender
perspective, challenges.
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Introducción
A lo largo de la historia, el estudio científico de la sexualidad ha pasado por una serie de
fases y perspectivas que, según sus intereses particulares, han contribuido y a la vez
fragmentado el conocimiento y la vivencia de la sexualidad (Vance, 1997). Desde las
ciencias antropológicas, médicas, psicológicas, sociológicas y hasta las ciencias políticas,
han tenido que colaborar en el entendimiento de este aspecto tan humano y natural para
garantizar la convivencia sana entre las personas que integran los distintos grupos sociales
(Pichardo-Galán et al., 2012). Sin embargo, la historia ha demostrado que, a pesar de que
tanto hombres como mujeres han existido desde hace aproximadamente 55 millones de
años, muchos de los estudios científicos que hoy forman parte de las bases de las
diferentes profesiones, han carecido de un elemento básico en sus procesos de
investigación: el género. Sin el parteaguas que la perspectiva de género representa hoy día
para la producción científica integral, válida y confiable, no podría hablarse de resultados
obtenidos de forma ética y objetiva (ONU Mujeres, 2020).
La sexualidad, de acuerdo con la OMS (2016), es un elemento inherente a la
condición humana que integra elementos como el sexo, la identidad, la orientación sexual,
el género, el erotismo, el placer, las relaciones afectivas y la reproducción, y se experimenta
a través de prácticas y comportamientos visibles, pero también de elementos no visibles,
como los pensamientos, las fantasías, creencias, deseos, valores, entre otros elementos.
Por lo tanto, siendo la sexualidad un aspecto inseparable del entendimiento humano
(Noriega et al., 2015) el presente artículo, pretende analizar el estudio de la sexualidad a
través de diversas disciplinas, identificando cómo cada una ha influido en la construcción
del conocimiento sobre la sexualidad, así como los aspectos omitidos, particularmente en
relación con la integración de la perspectiva de género y el erotismo.
Desarrollo
Sexualidad y género
Cafarra (1987), asegura que la sexualidad humana no puede reducirse solo al
aspecto biológico dadas las dimensiones de atracción, erotismo y espiritualidad
que también son parte del ser humano. De manera similar, Guasch (1993) refiere
que “la sexualidad está en todas partes y en todos los tiempos” (p.105), de forma
que es casi imposible observar a las personas y su contexto sin encontrar
diferencias derivadas del sexo y el género con el que se identifican y fueron criadas.
Si bien no es fácil dar una definición conceptual del significado de la sexualidad, la
Organización Mundial de la Salud y la Organización Panamericana de la Salud (OMS;
OPS, 2018), han hecho alusión a que el sexo biológico (cromosomas sexuales XX o
XY), el género (roles femeninos y masculinos), las identidades sexuales (hombre,
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mujer, transgénero, no binarie, entre otras), orientaciones sexuales (homosexual,
heterosexual, bisexual, entre otras), así como el erotismo (placer y deseo sexual), la
vinculación afectiva (conexión emocional y afectiva), el amor (apego y deseo de
bienestar) y la reproducción (creación de un nuevo ser), son algunos de los muchos
aspectos que han de considerarse para entender la complejidad de elementos que
intervienen en la vivencia sexual.
Pero para que la OMS y OPS pudieran llegar a la definición de lo que es la
sexualidad, debió existir un precedente que asentara las bases en torno a la
investigación de este elemento humano, y en su caso, la medicina fue la disciplina
que se enfocó en abordar las manifestaciones físicas y biológicas de la sexualidad,
especialmente gracias a trabajos como los de Havelock Ellis (1897-1928) y Magnus
Hirschfeld (1910). No obstante, el estudio actual de la sexualidad exige incorporar
dimensiones psicológicas, sociales y culturales para generar un entendimiento más
amplio del comportamiento sexual (Barriga-Jiménez, 2013).
Así, la sexualidad no se limita al aspecto genital y reproductivo como se ha
asumido luego de las pandemias de enfermedades e infecciones de transmisión
sexual como han sido el VIH, la gonorrea o la sífilis (Pérez-Jiménez & Orengo-
Aaguayo, 2012), sino que se relaciona con el contexto histórico y cultural, las
tradiciones, valores, normas, y el significado que cada persona le atribuye a sus
interacciones con estos elementos (OMS, 2000) de forma que la sexualidad se vive
y se expresa en forma de pensamientos, valores, sentimientos, deseos, fantasías,
actitudes, prácticas, roles y relaciones (OMS;OPS, 2018).
Ahora, es importante mencionar que, si bien todas las personas poseen
inherentemente una sexualidad que puede ser experimentada a lo largo de su vida
(Calero-Yera et al., 2017), habrá diferencias bastante radicales entre ellas que
dependerán de elementos como el nero, el cual hace referencia a las
características emocionales, intelectuales, afectivas y de socialización asignadas
socialmente tanto al ser masculino o femenino (Lamas, 2000). Así, los
comportamientos socialmente aceptados como correctos o incorrectos en dicha
dualidad, terminan adhiriéndose a lo esperable en tanto que coincidan los sexos
biológicos: hombre-masculino, mujer-femenina (Acedo, 2017).
Es entonces que el género, en tanto que concepto categórico para identificar
biológicamente a una hembra y un macho, posee también una carga social y
cultural que es indispensable de integrar en el estudio de la sexualidad. Por ello, a
medida que se amplía la comprensión de la sexualidad, es fundamental conocer
las aportaciones y limitantes provenientes de las diversas disciplinas científicas,
como se verá a continuación.
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Perspectiva antropológica
La antropología toma en cuenta aspectos de la sexualidad asociados con la
supervivencia humana, como la convivencia social y/o cultural: los comportamientos
sexuales desde lo que la sociedad enmarca como correcto o incorrecto, bueno o malo,
femenino o masculino (Choza, 2017). Es decir, la vivencia de la sexualidad no se limita a
un impulso físico, sino que es posible observarse desde comportamientos sexuales
colectivos que mantienen relación con el pasado de la sociedad en que la persona
crece, se desarrolla y con la cual aprende a convivir (Vera-Gamboa, 1998). Básicamente,
esta perspectiva brindó las bases para lo que hoy se reconoce como la sexología que,
a través de los estudios de personajes como Havelock Ellis y Alfred Kinsey, comienza a
adquirir el reconocimiento por la comunidad médica y científica (Peña, 2011).
Cusyhallpa, et al., (2018), desde su perspectiva antropológica, refieren que las
diferencias culturales impactan en gran medida las formas en que se entiende y se vive
la sexualidad. Por lo tanto, las prácticas sexuales no son iguales en todas las culturas,
sino que varían en su complejidad de acuerdo con las normas y actividades que éstas
posean. Así, los comportamientos que en una sociedad se reprueban, rechazan y
castigan, en otra pueden ser aceptados y estar ampliamente integrados a sus
costumbres y/o rituales de convivencia.
Posteriormente, Margaret Mead (19011978), famosa antropóloga en la historia
de la sexualidad, publica en 1928 su libro Adolescentes, sexo y cultura en Samoa, donde
a través de un arduo trabajo de campo con las y los aldeanos samoanos, logró
identificar que la forma en la que la población adolescente vive esta etapa era diferente
entre hombres y mujeres, no solo por su característica genital, sino debido a otros
factores sociales que se relacionan con la crianza y rol femenino o masculino que dicha
sociedad otorgue a estas adolescencias (Margoya, 2018). De aquí que los
descubrimientos de Mead van identificando los orígenes de lo que hoy en día se conoce
como roles de género en sociedades con una cultura diferente al resto del territorio de
Estados Unidos de América.
Por otro lado, Sherry Ortner también ha sido una antropóloga que ha realizado
aportaciones importantes en el estudio de la sexualidad; especialmente en
investigaciones sobre la forma en que las mujeres son percibidas en las sociedades de
Nepal, las cuales han influido en la forma en que la antropología entiende las relaciones
de poder entre géneros y cómo se manifiestan en las actividades sexuales (Ortner,
1974). De forma similar, Malinowski (1929) ya había referido que, en tribus como las de
las Islas Trobriand, muchas de las relaciones sexuales entre hombres y mujeres que se
llevaban a cabo, tenían como objetivo cumplir con una función social y cultural, más allá
de una simple actividad derivada de un instinto biológico.
Es relevante mencionar que la mayoría de las y los antropólogos referidos hasta
el momento, han realizado sus estudios en continentes como Asia o Europa, a
excepción de Lévi-Strauss, quien centró sus estudios ligados a la sexualidad en
sociedades indígenas de América Latina, lo cual ha apoyado a conocer cómo se
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construyen las reglas de los matrimonios en dichos entornos, entendiendo a la
sexualidad como un fenómeno regulado por sistemas sociales y culturales, tales como
el rechazo al incesto debido al parentesco entre los integrantes de la familia (Lévi-
Strauss, 1949).
Ahora bien, dada la necesidad del área antropológica de investigar las dinámicas
de poder y prácticas culturales relacionadas con la sexualidad, es que las aportaciones
conceptuales de Michel Foucault (1926-1984) comienzan a tomar relevancia dentro de
esta área; una de las aportaciones más relevantes fue el argumento de que la vivencia
de la sexualidad y las normas previamente establecidas en la sociedad, han sido una
forma de controlar a la población en los ámbitos social y público. Este autor refiere que
la sexualidad está vinculada a sistemas de poder, demandas, legislaciones y regulación
de políticas, sin embargo, no se puede anticipar que la política tenga la capacidad de
eliminar los desafíos que conlleva la sexualidad (Wellausen, 2008), y con ello, relaciona
al poder no solo con las figuras administrativas como las y los gobernantes, sino
también a la religión.
De hecho, Foucault también refiere que la Iglesia Católica Romana, durante el
siglo XIX, actuó como “uno de los principales medios de regulación de la sexualidad
individual de los creyentes” (Elliot, 2008, p.196), pues a través del ejercicio de la
confesión religiosa, es que comienzan a nombrarse a aquellas prácticas pecaminosas,
especialmente las que se alejaban de los fines reproductivos y dentro del matrimonio.
La conclusión a la que llega Foucault respecto a la influencia que tanto la religión
como la política han tenido en la vivencia de la sexualidad, es que se han empeñado en
transferir la idea en sociedad de que, la persona que logra autocontrolar sus deseos y
placeres sexuales, tiene la oportunidad de dominarse/disciplinarse a mismo y a lo
que/quienes le rodean, colocando en un nivel de superioridad moral a quien logre
dicho cometido, descalificando y castigando a aquellas personas que se salen de un
modelo de comportamiento predeterminado (García-Somoza y Irrazábal, 2014).
Finalmente, es necesario referir que la antropología ha brindado a la psicología
las pautas de que la sexualidad no es una experiencia universal homogénea que pueda
asumirse como igual a la hora de realizar investigaciones (Peña, 2011); además, también
ha permitido cuestionar las explicaciones meramente biológicas sobre el
comportamiento humano, enfatizando en la necesidad de considerar los factores
sociales y culturales, aportando una visión más integradora de la sexualidad humana
(Nieto, 2005).
Perspectiva sociológica
La sociología ha realizado aportes importantes al estudio de la sexualidad, abordándola
como el producto de una construcción social que se ve influenciada por valores,
normas, y elementos culturales que se ejecutan dentro de dinámicas de poder y
desigualdades de género (Osborne y Guasch, 2003).
En primer lugar, la sociología puede definirse como la ciencia que estudia la vida
humana en sociedad, tanto en su estructura, jerarquía, grupos, comportamiento y
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cambios en su entorno social y cultural (Durkheim, 1966). Giddens (2000), por otro lado,
utiliza un ejemplo para para evidenciar cómo funciona el estudio de la vida social
humana, y tiene qué ver con el tema del amor romántico: a pesar de que actualmente
el proceso de enamoramiento resulta familiar y obvio para la mayoría de las personas,
en la Europa Occidental era un fenómeno que rara vez sucedía, o que al menos no era
necesario para entablar una relación de matrimonio, incluso se creía que “amar a la
propia esposa con pasión era adulterio” (p.29). De tal forma que, durante siglos, las
personas se casaban casi exclusivamente para mantener las propiedades dentro de un
círculo sanguíneo similar, o para tener descendientes que apoyaran en el trabajo del
campo o las granjas, y no por cuestiones asociadas a la parte sentimental: el amor
romántico se consideraba, en el mejor de los casos, una debilidad, y en el peor, una
especie de enfermedad.
En resumen, lo que socialmente se ligaba con la vivencia de la sexualidad, no era
más que una actividad social que poseía sus propias reglas, sus propios espacios para
practicarse, sus obligaciones, prohibiciones y modos (Choza, 2017); es decir, bajo la
perspectiva sociológica, cuando se estudia, se escribe o se habla de sexualidad, siempre
se hace referencia a un tipo de control social (Guasch, 1993). Sin embargo, es lógico
que, dadas estas interferencias que tuvieron las ciencias de renombre en el siglo XIX en
torno a la sexualidad, surgiera un nuevo modelo de normalidad sexual definido por la
mayoría, uno donde predominaban las relaciones heterosexuales, y se priorizaban los
temas enfocados con la reproducción y la moralidad, de forma que, en la ejecución de
este modelo, todas las prácticas e identidades diferentes a la heteronorma, terminan
siendo un problema de salud (Gausch, 1993).
En este contexto, la sexología surge como una disciplina que, lejos de romper con
estos mecanismos de control, refuerza ciertas normativas en torno a la sexualidad; al
igual que la religión y la medicina, la sexología establece criterios y categorías que
regulan la vida sexual, enfocándose en aspectos como las enfermedades e infecciones
de transmisión sexual (ITS), embarazos y abortos, desde un marco biomédico, al mismo
tiempo que cede a la psiquiatría y la psicología lo relacionado con las perversiones
sexuales (Guasch, 1993). La ciencia de la sexualidad, como se define a la sexología
(Malavé- Rexach, 2022), tiene entonces un enfoque asociado a la salud sexual, que
pareciera no prohibir la actividad sexual, pero sí establecer normas de acceso al placer,
especialmente luego de la aparición del Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH), de
manera que esta nueva medicina del amor, como le llaman Bruckner y Finkielkraut (1989,
citado en Gausch, 1993) a la sexología, no viene a liberar al sexo, sino a intentar curar y
corregir a la población en sus prácticas y comportamientos sexuales que puedan
enfermarles.
Perspectiva médica
La medicina es la ciencia que se enfoca en prevenir y curar enfermedades que padece
el cuerpo humano, y el ejercicio de la práctica médica requiere de ayudar a la persona
enferma, brindándole los mejores cuidados y atenciones posibles para su mejoría
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(Gurina, citado en Viñas, 2005). Y en esa amplitud de enfermedades, padecimientos o
dolencias que el cuerpo humano puede padecer, también se encuentran las que se
asocian con la sexualidad, por ejemplo, las enfermedades o infecciones de transmisión
sexual (ETS/ITS).
Sin embargo, la medicina no se ha enfocado en revisar los elementos
socioculturales asociados con la vivencia de la sexualidad y las diferencias que pudieran
generar en los diagnósticos y tratamientos, sino que se ha ceñido a la función
reproductora, que tiene relación casi exclusivamente con lo biológico (Alzate, 1974)., y,
en consecuencia, con la heteronorma Es relevante mencionar que el concepto de
heteronorma se refiere a la idea generalizada de que la heterosexualidad es el estándar
con el cual la sociedad debería de identificarse, lo que implica que otras orientaciones
sexuales sean consideradas como desviaciones.
De igual manera, Arango (2008) refiere que, varios médicos del siglo XVIII como
Leeuwenhoek y Tissot, empeñados en demostrar la supremacía masculina en el proceso
de reproducción humana, publicaron supuestos basados en la idea de que la
masturbación masculina y la pérdida de semen provocaban ceguera, y trastornos
mentales varios; para contrarrestar esta práctica, personajes como John Harvey Kellogg
(1852-1943) sugerían que la cura para los deseos sexuales era sustituir el consumo de
carnes por harinas, ya que “al comer carne se encendían las pasiones del cuerpo y el
deseo” (Arango, 2008, p.2).
Al mismo tiempo, la sexología como ciencia del comportamiento sexual (y cuya
base se encuentra en la medicina), comienza a tener prosperidad a partir de las
publicaciones de autores como von Krafft-Ebing (1840-1902), psiquiatra alemán cuya
contribución principal fue realizar una clasificación de desórdenes o Psicopatías
sexuales, como lo refiere su libro publicado en 1888 (Granero, 2014), hablando de
conceptos como la homosexualidad, el masoquismo, el fetichismo, entre otros
términos extraños para su época; o el italiano Mantegazza (1831-1910), quien a través
de ciertos estudios etnológicos en Sudamérica, publica su libro Fisiología del amor
donde, aún condenando prácticas como la masturbación y la homosexualidad, logró
analizar la anatomía y fisiología del cuerpo humano relacionado con las relaciones
sexuales, tales como el clítoris, y otros aspectos psicológicos asociados con el deseo o
placer sexual (Harberle, 1997).
Es preciso mencionar entonces que, lo que hoy se conoce como salud sexual,
es un producto de la sexología (Guasch, 1993), que, a su vez, integra aspectos
somáticos, sociales e intelectuales, y que intenta no centrar su atención solo en la
cuestión biológica. De hecho, la OMS (1975, citada en Boccardi, 2020) define por
primera vez a la salud sexual como una capacidad para disfrutar la actividad sexual, de
acuerdo con los preceptos asociados a la salud física, como la ausencia de trastornos
de origen orgánico, enfermedades y/o deficiencias que impidan los encuentros
sexuales y reproductivos.
De hecho, derivado de la sexología, surge uno de los modelos más citados en
las últimas décadas cuando se habla de sexualidad, el cual ha sido nombrado como
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Modelo de los Holones de la Sexualidad, desarrollado por Eusebio Rubio (1994), pues
integra holones o dimensiones como la reproducción, el erotismo y el género, que
mantienen estrecha relación con los aspectos biológicos, psicológicos y socioculturales.
El Modeo de los Holones de la Sexualidad, ha sido ampliamente utilizado en áreas como
la educación sexual, la terapia sexual y la investigación sobre sexualidad humana en
general.
Entonces, el cuidado de la salud sexual, desde la perspectiva médica, implica el
reconocimiento y consideración de factores sociales y psicológicos en el padecimiento
del usuario enfermo. Sin embargo, la práctica médica no siempre se construye en torno
a estos elementos: de acuerdo con Salinas & Jarillo (2013), muchas de las instituciones
educativas pertenecientes al territorio mexicano poseen perspectivas
predominantemente biológicas en el proceso de formación de las y los estudiantes de
la carrera de medicina, lo cual afecta su ejercicio ético en el tratamiento de las
infecciones/enfermedades de transmisión sexual o el acompañamiento en el proceso
de reproducción. De hecho, Katzenstein y Ryu (2011) refieren que, la falta de formación
en educación sexual integral en las y los estudiantes del área de la salud, vulnera los
principios bioéticos de beneficencia y no maleficencia, autonomía y justicia, además de
que puede generar un alto nivel de estigmatización y prejuicios en la relación médico-
paciente.
En resumen, mientras que la perspectiva ha aportado al estudio de la sexualidad
los conocimientos biológicos sobre la salud sexual y reproductiva, es esencial que las y
los psicólogos amplíen este enfoque para incluir una perspectiva integradora de la
sexualidad humana, incluyendo aspectos biológicos, psicológicos, sociales y culturales
(Almagia, 2002).
Perspectiva legal
En lo que respecta al sistema legal y de justicia, existe un concepto llamado
democratización de la sexualidad, que hace referencia a todas aquellas expresiones,
identidades, prácticas y comportamientos que se salen de la heterosexualidad
hegemónica, tales como los grupos LGBTQ+, las prácticas abortivas y el trabajo sexual,
por mencionar solo algunos (Vaggione, 2009). Sin embargo, la aplicación de este
concepto varía significativamente alrededor del mundo; en diversas naciones europeas y
latinoamericanas, la aplicacn de la democratización de la sexualidad ha cobrado forma
en políticas públicas y programas educativos que abordan la sexualidad de manera
integral, promoviendo la igualdad y el respeto por la diversidad (Mijatovic, 2020).
Sin embargo, existen países particularmente autoritarios y conservadores que
rechazan y criminalizan la vivencia de la sexualidad, e incluso poseen penas de muerte por
motivos de orientacn sexual e identidad de género (Informe anual, 2013, Estado de los
Derechos Humanos en el mundo, personas lesbianas, gays, bisexuales, transgénero e
intersexuales), los cuales limitan la autonoa sexual y reproductiva de las personas,
especialmente de mujeres y niñas.
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Es entonces que, en pro de dicha democratización, surgen los derechos
sexuales y reproductivos como una forma en la que el estado mexicano y la sociedad
brinden los medios para que los individuos, parejas y grupos puedan disfrutar de su
sexualidad separándola de la eventual reproducción (Pecheny, 2014), pues
anteriormente, la política solo aceptaba la unión legal de una pareja (heterosexual) si
esta tenía como fin prioritario la intención de procrear.
Sin embargo, a pesar de que dichos derechos sexuales y reproductivos
parecieran ser un amparo ante las diversas situaciones que atentan contra la libertad
sexual de las personas, lo cierto es que en Latinoamérica, el catolicismo es una de las
principales influencia que han generado restricciones culturales y morales para el
ejercicio de una sexualidad libre y diversa (Vaggione, 2009), poniendo una serie de
trabas al ejercicio legal de las situaciones relacionadas con la sexualidad. Por ejemplo,
de entre las prácticas sexuales más estigmatizadas se encuentran la prostitución y el
trabajo sexual, que de acuerdo con Caicedo-Vásquez (2021), tienen una diferencia
importante: mencionar la prostitución conlleva un estigma negativo, mientras que
hacer referencia al trabajo sexual implica un marco legal que reconoce los derechos de
quienes lo practican.
La diferencia entre prostitución y trabajo sexual implica que este último debería
poseer los mismos derechos que cualquier otra profesión en la que se lleve a cabo un
intercambio económico por los servicios brindados, donde el Estado brinde protección
social y jurídica que ejercen dicho trabajo (Villa, 2010). No obstante, existen tres enfoques
en materia de políticas públicas para entender cómo se percibe al trabajo sexual en
sociedad: Villa (2010) refiere que las políticas laboristas y reglamentarias, perciben al
cuerpo como una fuente de producción, donde las relaciones sexuales forman parte
de un salario y de una industria que promueve negocios; las políticas prohibicionistas y
del orden teórico-social, conciben el cuerpo como una fuente de delito legal y moral,
además de un pecado; y finalmente, las políticas abolicionistas, perciben al cuerpo como
una forma de esclavizar a las mujeres, las cuales son víctimas del deseo masculino.
Es importante mencionar que, al menos en México, el trabajo sexual aún está lejos
de ser considerado un trabajo como cualquier otro, pues existe una falta de regulación
que considere esta actividad como una ocupación, lo cual incrementa la fragilidad de
aquellas personas que la realizan (Hernández & Morales, 2011). Hay una visn casi
exclusivamente moralista en torno a las personas trabajadoras sexuales que limita
entender esta actividad como el resultado de una serie de desigualdades de género,
causas estructurales en el aspecto económico, pero también como una decisión
(Suárez, 2021).
Perspectiva psicogica
Para el enfoque psicológico, la sexualidad está ligada a un proceso de desarrollo
personal a nivel de identidad y personalidad, aprendizaje de roles y normas de género,
formación de vínculos, emociones, actitudes, atracción, satisfacción personal y
bienestar psicológico, y con ello, a los factores interpersonales como la religión, las
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normas y valores culturales, así como a la historia y tradiciones culturales (Almagia,
2022). Dentro de las ciencias del comportamiento, la sexualidad se ha asociado
principalmente a conductas de riesgo tales como embarazos en la adolescencia (García
& Meza, 2021), prevención de contagio de las infecciones de transmisión sexual (ITS)
(Álvarez et al., 2014), infidelidad (Galarza et al., 2009) y otros factores que puedan
asociarse a las conductas sexuales, casi específicamente de la población adolescente.
Es importante mencionar que, si bien el enfoque de prevención de ITS y de
embarazos no planeados es de lata relevancia para velar por la salud pública, tanto la
psicología como otras ciencias de la salud han dejado de lado el estudio de factores
indispensables como en la conducta sexual como lo es el erotismo, aun y cuando Kinsey
(1948), Erikson (1950), Money (1955) o Bataille (1970) ya habían hecho estudios
relevantes a mediados del siglo XX. El erotismo puede entenderse como una forma de
expresión humana que puede hacerse visible a través de imágenes, sonidos, texturas,
entre otras, que se caracterizan por generar excitación sexual; es multiforme,
multifactorial y mayormente inconsciente (Bataille, 1970).
Como consecuencia de la omisión del erotismo en el estudio de la conducta
sexual humana, las aportaciones al estudio de la sexualidad han sido incompletas, pues
de acuerdo con Lehmiller (2018), el erotismo y las fantasías sexuales son indispensables
para comprender lo que motiva a las personas a tener comportamientos sexuales
variados, más allá de la respuesta fisiológica.
No obstante, también existe una amplia variedad de investigación de carácter
experimental que han centrado su atención en temas como la relación del deseo y la
excitación sexual (Sierra et al., 2019), especialmente a través de la observación de
cambios corporales como la erección del pene, los cambios en la presión sanguínea, la
temperatura corporal, la lubricación vaginal, entre otros, derivados de la exposición a
ciertos estímulos visuales, auditivos o táctiles, tal como lo hicieron los pioneros Virginia
Johnson y William Masters en los años sesenta (Fisher et al., 1988).
De acuerdo con la revisión histórica de Almagia (2002), han existido varios
enfoques psicológicos desde los cuales tratar de entender y predecir las conductas
sexuales, el primero de ellos fue el enfoque psicoanalítico encabezado por Freud, cuyos
principales aportes fueron evidenciar el tema de la sexualidad como un aspecto
inherente al ser humano, incluso en las infancias a quienes se les consideraba como
seres carentes de necesidades sexuales; presentó los términos libido, áreas erógenas
y delineó las fases del desarrollo psicosexual. Siguiendo con Freud, y desde su libro El
Malestar de La Cultura (1930), exploró también las cuestiones relacionadas con la
civilización, la cultura y la insatisfacción humana, donde refería que el malestar en la
vida de las personas no sólo se remite a causas internas e individuales, sino que este
tiene su origen en factores sociales como la política, la economía, el ambiente, la religión
y la forma de vivir la sexualidad.
Por otro lado, el enfoque del aprendizaje, liderado por el sociólogo John Gagnon
(1931-2016), quien refiere que las personas adquieren su identidad sexual de la misma
manera en que adquieren cualquier otra característica: de manera casi automática,
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absorben influencias de su entorno social, significados, habilidades y valores, sin una
profunda reflexión. Es decir, la conducta sexual se aprende de la misma forma que se
aprende a caminar, a comer, a leer o a realizar cualquier otra cosa, a través del
aprendizaje social. Ahora bien, dentro del enfoque cognitivo se refiere que la forma en
que percibimos e interpretamos un evento sexual determina las reacciones
emocionales hacia ese evento y otros futuros (Almagia 2002), de forma que cada
persona va creando autoesquemas sexuales, que son generalizaciones cognitivas
asociadas con los eventos sexuales pasados, que se manifiestan en la conducta actual
y guían la conducta sexual futura (Andersen y Cyranowsli, 1998).
Ahora bien, también hay varios modelos que han tratado de conocer los
motivantes de la conducta sexual, como el Modelo Secuencial de Byrne (1985), el cual
pretende comprender la conducta sexual humana a través de una secuencia de
factores y procesos psicológicos que influyen en el comportamiento sexual; se basa en
la idea de que la conducta sexual no es el resultado de una sola variable o influencia,
sino que está determinada por varios factores: (I) predisponentes, como la orientación
sexual, las creencias y valores personales; (II) desencadenantes, que son eventos o
situaciones que activan la conducta sexual, como las circunstancias sociales,
emocionales o físicas; (III) mediadores, como la forma en que una persona interpreta
una situación, su nivel de excitación sexual y sus expectativas; (IV) conducta sexual, que
es donde ocurre la actividad sexual en sí misma, y finalmente (V) las consecuencias, que
tienen relación con la forma en que la persona se siente sobre misma y el acto que
se llevó a cabo.
Sin embargo, no basta con conocer los motivantes de la conducta sexual, como
lo refiere el modelo de Byrne, sino que también le atañe a la psicología saber qué
función tiene en las personas la ejecución de diversas conductas sexuales que no se
limiten a la reproducción, y para ello, Nelson y Caplan (1988), refieren que las personas
pueden tener ciertas conductas sexuales con diferentes objetivos: (1) dar o recibir amor
y afecto, (2) por reconocimiento (sentirse competente o experto), (3) por la necesidad
de dominar, controlar o imponer la propia voluntad sobre otras personas, (4) por
sumisión (deseo de ceder el control y ser protegido), o (5) por la necesidad de aliviar
tensión corporal. De forma que la conducta sexual no es exclusivamente motivada por
un impulso primitivo, sino que proviene de muchos otros elementos cognitivos,
afectivos y socioculturales que irán mediando dicha respuesta sexual.
Por otro lado, y a beneficio de la ciencia del comportamiento humano, en los
últimos diez años, los artículos publicados en relación con el estudio de la sexualidad
en psicología, han podido incluir la perspectiva de género como un elemento esencial
en la comprensión de la sexualidad, tal como se menciona a continuación:
En 2014, González-Rivera y Bauermeister realizaron un estudio sobre como los
estereotipos sexuales de las personas jóvenes en Puerto Rico, influyen en su ejecución
de conductas sexuales de riesgo, como la omisión del uso de condones. Los resultados
de dicha investigación, indican que, a mayor afinidad con estereotipos de género
tradicionales por parte de las y los participantes, menor es la probabilidad de uso de
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condón y mayor participación en conductas sexuales de riesgo.
Por otro lado, García y Fernández (2016) hicieron un análisis en el cual
argumentaron que el consentimiento sexual es un elemento social que se ve
influenciado por el género, lo cual permite que las prácticas de dominación masculina
se mantengan vigentes al reproducir roles tradicionales de género dentro de las
prácticas sexuales. Dicho análisis propone reevaluar las normas de género para
promover relaciones sexuales más equitativas.
Posteriormente, Gayet y Juárez en 2020, investigaron sobre cómo las creencias
de género afectan momentos clave de la vida sexual y reproductiva de las mujeres
mexicanas, específicamente en relación con variables de nivel socioeconómico y
educativo. Los resultados sugieren que las normas de género tradicionales, influyen en
la edad de inicio de la vida sexual de las mujeres, la posibilidad de uso de todos
anticonceptivos, y sus decisiones reproductivas según el nivel socioeconómico y
educativo de las participantes.
Específicamente en materia de educación sexual, Heredia-Espinosa y Rodríguez-
Barraza en el 2022, realizaron un estudio con profesorado de educación primaria, en
el cual encontraron que muchas de estas personas carecen de formación adecuada en
temas de género y sexualidad, lo cual representa una limitante para ejercer su papel
de educadores sexuales en dicho nivel escolar, resaltando la necesidad de que las y los
docentes sean capacitados en educación sexual integral libre de prejuicios.
Además, Navarro-Cerda et al. (2024), a través de un análisis teórico, hacen una
propuesta de modelos para mejorar la atención psicoterapéutica a las personas de la
comunidad LGBT+, enfatizando en la necesidad de una formación continua en las
personas terapeutas que integren la perspectiva de género y la diversidad sexual que
evite generar discriminación y estigmas en la práctica clínica.
Como pudo observarse, los estudios contemporáneos en psicología aportan
valiosas perspectivas sobre lo necesario que es incluir al género en las investigaciones,
ofreciendo información importante para la práctica cnica (Navarro-Cerda et. al., 2024),
la educación (Heredia-Espinosa y Rodríguez-Barrasa, 2022), y las políticas de salud
sexual (García y Fernández, 2016). Sin embargo, la investigación tradicional en
sexualidad ha dejado de lado el estudio del erotismo y el placer sexual, lo cual continúa
dejando una comprensión limitada de la sexualidad en la disciplina de la psicología
(Trejo-Pérez, 2017).
Discusión
La importancia de realizar un recorrido histórico del estudio de la sexualidad, radica en
la posibilidad de reconocer que, desde siglos anteriores, las diferentes disciplinas
científicas del conocimiento humano, han basado sus estudios en un modelo
particularmente heterosexual y heteronormativo, donde la influencia de las religiones
y otras instituciones de poder, han relegado un elemento indispensable de la vivencia
de la sexualidad: el deseo y erotismo femenino.
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El estudio de la sexualidad en psicología, se ha mantenido principalmente sobre
las líneas de la fisiología humana (Martínez, 2013), cuantificando las respuestas
sexuales como normales o anormales de acuerdo con los parámetros socialmente
predeterminados (Cruz del Castillo et al., 2013); no por nada es que los conceptos de
ninfomanía e histeria resultaron tan llamativas para las instituciones de poder social,
pues les brindó un término científico que permitiera justificar la crítica hacia el
comportamiento sexual de las mujeres, catalogándolo como anormal y enfermo (Gala
et al., 2003).
De hecho, tanto la psicología, la psiquiatría y la sexología, mantienen importantes
áreas de oportunidad hacia las disidencias sexuales y el ejercicio pleno de sus derechos
sexuales y reproductivos, pues fue a través de los manuales de diagnóstico de
trastornos mentales (DSM) y la clasificación estadística internacional de enfermedades
y problemas relacionados a la salud (CIE) en sus primeras versiones y hasta el año 2004,
construyeron (probablemente de forma no intencional) un fuerte estigma social ante
las personas que se salían de los marcos de la heterosexualidad (Gamboa-Barboza,
2006).
Una caractestica constante en el estudio de la sexualidad, es que la producción
de conocimiento científico ha estado definida en rminos de lo masculino, como si la
condición de hombre fuera el estándar y el modelo sobre el cual debería funcionar la
vivencia femenina (Millet, 1995). De esta forma, se van creando una serie de
desigualdades sexuales, no sólo para el entendimiento del comportamiento humano
en la vivencia femenina, sino en todo el sistema político, económico, de acceso a la
salud, a la vivienda y la vida digna en general (Álvarez, 2015).
Afortunadamente, en los últimos años han habido varias psicólogas que han
colaborado en estudios sobre el placer sexual desde la trinchera de la psicología, como
la doctora Fabiola Trejo, quien a través de estudios con población mexicana, logra una
definición que contempla no solo el aspecto fisiogico y de respuesta sexual en torno
al placer, sino que resalta la influencia de los elementos sociales y comportamentales
en el proceso de experimentar placer sexual, como la presencia de la pareja, el amor,
la existencia del orgasmo y del contacto físico como besos y caricias (Trejo-Pérez & Díaz-
Loving, 2017). O como Gloria Careaga, que también desde la psicología social, ha
pugnado por considerar al género y la evolución de su significado, como elemento
importante en el entendimiento del comportamiento humano, a través de la
investigación de los movimientos sociales de personas de la comunidad LGBTQ+
(Careaga et al., 2019).
Como fue posible observar en el desarrollo del presente recorrido histórico, han
sido varias las disciplinas y teorías que se han acercado al estudio de la sexualidad
desde hace ya varios años, colaborando en resaltar la relevancia de los factores
socioculturales y de género que forman parte de la experiencia sexual, como es el caso
del Modelo de los Holones de la Sexualidad (Rubio, 1994). Sin embargo, este tipo de
modelos no han logrado ser aplicados con la suficiente frecuencia y formalidad dentro
de las diferentes disciplinas, incluida la psicología.
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Es por ello que, la psicología, al integrar el estudio de la sexualidad en los
proyectos que tratan de entender la conducta humana, puede enriquecer el
entendimiento de la motivación humana, la identidad y las relaciones interpersonales.
Especialmente en materia de salud pública, integrar en estudios contemporáneos el
elemento de la sexualidad y los factores socioculturales, integrando al erotismo y el
género como elementos clave, puede contribuir a la diminución de los estigmas y
discriminación hacia grupos marginados, como las personas de la comunidad LGBT+, o
aquellas que tienen prácticas sexuales que se consideran no convencionales.
Finalmente, desde una perspectiva ética, es fundamental que la psicología amplíe
su visión de la sexualidad para promover un enfoque inclusivo, libre de prejuicios, y
centrada en los derechos humanos, permitiendo a esta disciplina contribuir de manera
más efectiva a la comprensión y promoción de una vivencia sana, diversa y respetuosa
de las dimensiones eróticas de la sexualidad.
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